Siempre quise ser cirujana.
Cuando era pequeña y alguien se caía en el patio, era la que acudía corriendo a curar y consolar, y cuando los profes me preguntaban si me gustaba, yo decía, orgullosa, sí, de mayor quiero ser cirujana. Cuando pasaron los años y llegó el momento de la Selectividad (al cambio, la EBAU actual) no tenía la menor idea de lo que iba a hacer; me encantaban la literatura, el arte, lo agrónomo, y mi madre quería que hiciera magisterio, porque los profes tienen muchas vacaciones. Las madres...
Pero ocurrió algo fortuito, como muchas veces a lo largo de la vida: mi bisabuela ingresó en el hospital y me ofrecí voluntaria para acompañarla. Y, de repente, descubrí que lo que quería hacer era cuidar a las personas, y en mi primera opción para escoger carrera escribí Enfermería, para escándalo de mis padres que consideraban que era una profesión de segunda. Los padres…
Mi vida laboral no fue muy agitada, unos meses en el hospital, siete años en un centro de hemodonación (siete años de compañerismo que fraguaron amistades que perduran). Pero la inquietud profesional crecía y la formación que realizaba no conseguía calmarla. No he tenido un expediente muy brillante, pero mis mejores notas las obtuve en Salud Pública y en Farma, curioso maridaje, ¿verdad? Así que la formación posgrado tenía mucho que ver con el primer tema, la Salud Pública. Y, de nuevo, algo fortuito: se convocan oposiciones para plazas en centros de salud, y las apruebo. Nunca había trabajado en Atención Primaria, nunca me habían formado para trabajar en Atención Primaria, pero allá me fui, con el apoyo de grandes compañeros y formándome a salto de mata. Y, como casi todas las grandes relaciones, me fui enamorando perdidamente de la Primaria, poco a poco, saboreando cada descubrimiento y sorprendiéndome de que, todavía hoy, me siga emocionando mi trabajo.
Hace muchos años que atiendo a los mismos pacientes, los conozco, conozco a sus familias, conozco su pueblo y ellos me conocen a mí. Confían y confío, me lo han demostrado en muchas ocasiones. Me he paseado por su ciudad, por sus casas y por sus vidas y mis herramientas fundamentales son la escucha y la observación; y con ellas lidio con el malestar y ofrezco seguridad, calidad y cercanía. Y eso es lo que mejor sé hacer, y lo que ofrezco, como el colibrí, mi parte es esa y no renunciaré a ella.
Estaré cuando Sofía me llame porque está nerviosa, porque le han cancelado una prueba, y la tranquilizaré. Estaré cuando Carmen se haya quedado sin insulina y no se aclare de lo que tiene que hacer. Estaré cuando Maribel tenga que seguir curando esas úlceras de tórpida evolución. Estaré cuando llame a Fernando, que vive solo en una casa que no reúne condiciones para aislarse durante un mes. Estaré cuando hable con Cruz Roja para llevarle comida a Dolores, que vive sola y no puede salir. Estaré cuando a Nieves le hayan pautado seguimiento domiciliario y la llamaré para ver qué tal va, y cuando le diga “buenos días Nieves, soy María Jesús, la enfermera, ¿qué tal vas?” me responderá: “¡Ay, qué alegría que me llames tú!, ya sabes todo lo que me pasa, y estoy muy estresada…” y le diré que la volveré a llamar a los tres días, y colgará reconfortada y sabedora de que si necesita algo, estaré al otro lado del teléfono, preparada.
No quiero renunciar a todo eso, y no quiero que los ciudadanos tengan que renunciar. Esa renuncia supone perder una ventaja que tenemos en la trinchera, nuestra mayor ventaja. ¿La Atención Primaria es la puerta de entrada al sistema? Ahora también, más que nunca, aprovechémoslo. Y eso quiere decir que vamos a seguir viendo al paciente con dolor torácico, al que tiene un cólico nefrítico, al que está ansioso, al que tiene úlceras, al que tiene diabetes. Más que nunca debemos poner nuestras fortalezas al servicio de la necesidad común. Y cada cual, cumplir con su parte. Más que nunca debemos reivindicar nuestra función, nuestra misión. Nuestra responsabilidad es mantener la lucidez y garantizar a nuestros ciudadanos que su atención continuará siendo integral y eficiente.
Permitidme que siga haciendo lo que mejor sé hacer.
EL CUENTO EL COLIBRI Cuentan los guaraníes que un día hubo un enorme incendio en la selva. Todos los animales huían despavoridos, pues era un fuego terrible. De pronto, el jaguar vio pasar sobre su cabeza al colibrí… en dirección contraria, es decir, hacia el fuego.
Le extrañó sobremanera, pero no quiso detenerse. Al instante, lo vio pasar de nuevo, esta vez en su misma dirección. Pudo observar este ir y venir repetidas veces, hasta que decidió preguntar al pajarillo, pues le parecía un comportamiento harto estrafalario:
¿Qué haces colibrí?, le preguntó. Voy al lago -respondió el ave- tomo agua con el pico y la echo en el fuego para apagar el incendio. El jaguar se sonrió. ¿Estás loco?- le dijo. ¿Crees que vas a conseguir apagarlo con tu pequeño pico tú solo? Bueno- respondió, el colibrí- yo hago mi parte…
Y tras decir esto, se marchó a por más agua al lago.
María Jesús Rodríguez Nachón
Presidenta de la Sociedad de Enfermería Familiar y Comunitaria (SEAPA)